sábado, 23 de agosto de 2008

Un viaje de 25.000 kilómetros (y III)

Otro momento que me gustó mucho fue cuando le regalé un botecito con oro al guía de la naturaleza que nos acompañó varios días. Aldo se llama. Hablaba tan despacio, con pausas entre las palabras, que nos ponía nerviosos, y alguna vez me dieron ganas de agarrarlo por los brazos y gritarle que hablara normal. Pero era un buen chico y sabía mucho, incluso cuando también nos comentaba el nombre en latín de plantas y animales. Al hablarle del águila imperial ibérica y de sus impresionantes alas extendidas, sus ojos mostraban una perplejidad que no se me olvida. El regalo fue, era simbólico, la primera entrega de un coleccionable de minerales. Era oro y venía flotando en líquido, en un botecito transparente de cristal. Eran láminas tan estrechas que casi se transparentaban, pero que le gustó mucho. Le comenté que era para devolver parte del oro que nos habíamos llevado los españoles, aunque de nada sirviera porque no desarrolló el país. Me lo agradeció de todo corazón. Y otra vez senti lo mismo, como un siniestro sarcasmo, cuando daba lo que realmente no me importaba y lo que no me había costado nada. Y me pasó más veces, cuando realmente no me era significativo lo que daba o lo que hacía para los demás. Así nunca se alivió la pesada carga de sentir que realmente no hice nada por ellos. Por lo menos yo lo sentí y lo acepté. O cuando la mujer que limbiaba el centro donde nos alojábamos me lavó la ropa que tenía en un cubo para lavar, en un día que estuvimos fuera. Quise darle algo de dinero y no me lo aceptó. Lo decidí tras haberlo consultado con algunos y pienso ahora que yo no tenía porqué haberlo hecho. Me sentí tan mal en ese momento que me arrepentí de inmediato. La mujer estaba también agradecida que ese mes que estuvimos allí, tenía un buen sueldo y además le quedamos al final una buena propina entre todos. Y esto lleva a otro debate interno. Allí el dinero tiene otra medida. Nos comentaron que cuando contrataron a personal una multinacional en Nicaragua, tras cobrar éstos su primer mes de salario no volvía a aparecer al día siguiente. Habían cobrado de golpe dos años de salario medio del país, y lo que hacían, casi todos, era festejarlo emborrachándose.

En Nicaragua el alcoholismo tuvo una gran trascendencia. Guaro es el ron blanco, de mala calidad, que se bebe preferentemente. Llegó a tan altas cuotas el alcoholismo en los jóvenes, que incluso llegaron a morir más de 50 cuando bebieron alcohol como si fuera guaro.Y aquí quiero explicar otra característica del nicaraguense, su impulsividad. Para ellos no hay medias tintas. Salir de fiesta y tomar alguna copa para ellos es emborracharse seguro, y creen que todos somos como ellos. Al igual que se le despierta muy tempano su sexualidad, para otras cosas, como trabajar, son todo lo contrario. Era increíble ver cómo un camarero, que tenía que repartir el plato de comida (plato único) y la bebida a los 20 que éramos, se nos quedaba mirando ensimismado. Había veces que pensaba que no tenían sangre. Al igual que una pared que estaban levantando albañiles en el acceso al centro, durante el mes que pasábamos varias veces al día, siempre estaba igual, y eso que parecía que estaban trabajando. Cobraban por día y no hacían nada, no tenían la inquietud por terminar e ir a otra obra. Así no se desarrolla un país.

Nos suele pasar también a nosotros que pensamos que todos somos iguales y que tenemos la misma visión de la vida y actuamos igual. En un encuentro con jóvenes de Managua nos explicaron que en Nicaragua, siendo tan precoces, es normal que con 13 o 15 años queden embarazadas las chicas. Los chicos desprecian el uso del preservativo y tachan de prostitutas a las chicas que pretenden usarlo. Así, embarazo seguro. Y también es normal que el varón no se haga cargo de su hijo y ella tenga que tirar para adelante sola. Cuando les decíamos la edad se quedaban perplejos que no tuviésemos hijos, que no tuviéramos esposa o marido, o incluso que no tuviéramos novio o novia. No se lo creían, nos buscaban los anillos entre los dedos. Noviazgos de 6, 8 o 10 años como existen en España antes de casarte, les parecía algo tan raro que no se lo podían creer. Tampoco que la media de hijos sea de uno o dos, o que vivamos tan pocos en cada casa (alli viven como hace décadas aquí, compartiendo techo tres generaciones, 8, 10 o 12 personas). Pero nos une, por desgracia, el paro tras la universidad, que la gente sea conformista, el consumo de drogas, la poca o nula información sexual, que no tengan confianza en la política, el machismo y la injerencia de la iglesia en la política. En Nicaragua está prohibido todo tipo de aborto, incluso el terapéutico (aquel que pone en riesgo la salud de la madre): la iglesia católica, en una campaña, lo consiguió. Y se dan paradojas como, al no retirar el feto muerto, que haya fallecido por motivos naturales, mate a la mujer, o cualquiera que tenga un aborto espontáneo y vaya al hospital es acusada de matar a un ser vivo. Esto eleva la tasa de muertes por abortos caseros, sin las medidas sanitarias ni higuiénicas mínimas precisas. Y algunas utilizan el agua de coco verde para abortar. De España les sonaba el fútbol y el terrorismo. Cómo explicarles que éste tema apenas tiene importancia y que donde vivimos no afecta. Los jóvenes tiran los zapatos, unidos por los cordones, a los cables de la luz ante la alegría de haber comprado otros nuevos. Parecía que era lo único simpatico que nos comentaban, también que el botellón se llama pachangón (el término botellón les parecía de los más extraño y divertido).

En Nicaragua existe el Güegüense, declarado por la Unesco obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Y es un mercader español que es avaro y rijoso. Lleva, quien lo interpreta, una máscara, con la piel clara y los cabellos y mostacho de color dorado. La danza sirve para reirse de nosotros, de los conquistadores. Cuando les hablábamos del Güegüense, se sorprendían que no nos lo tomáramos a mal. Qué menos que aceptar una broma tan insignificante por tantos siglos de opresión.

Ahora quiero hablar de las Maquilas, que están en la zona franca de Managua. Son como polígonos industriales en los que no llegan los derechos de los trabajadores y las condiciones laborales son muy malas. Estuvimos en una cooperativa textil de camisetas que no tiene nada que ver con el resto de empresas, pues las trabajadoras eran socias y estaban muy bien. Los mormones estadounidenses eran sus principales clientes, y les pedían miles de camisetas con un determinado dibujo. Y no se hace nada para que los 90.000 trabajadores tengan unos derechos mínimos, porque se cree que las empresas que allí están instaladas se irán. Es la asunción de una infamia, como cuando los políticos elevan los hombros al confirmar el cambio climático y con ese gesto denotan que no les importa o no creen necesario hacer nada. Mientras no se quejen los afectados, para qué molestarse.

Para acabar el viaje de 25.000 kilómetros (400 a Madrid, 10.000 a San José de Costa Rica, 458 de San José a Ticuantepe (313 en Costa Rica y 145 en Nicaragua), y los 3.204 que recorrimos allí (de los 468 a los 3.672), visitando multitiud de lugares, más los kilómetros que recorrimos a la vuelta), quisiera hablar de algunas curiosidades. Las marcas de coches que vimos en Nicaragua eran casi todas japonesas: Kia, Toyota, Tata, etc. Otra cosa que me llamaba la atención fue que había gente por todos sitios, como si fuera una plaga, gente caminando por la carretera, en las calles, esperando el autobús que los llevará hacinados a la capital, incluso con mucha gente en la baca, en un autobús escolar estadounidense, lleno de adornos y pintado con multitud de colores. El vocinazo y las risas enlatadas de Radio Hit, la emisora que escuchábamos en el autobús. Ir al concierto de Silvio Rodríguez tras 25 años de ausencia en Nicaragua (en el mítico Concierto por la Paz de 1983). Palabras que dicen allí: conducir es manejar; beber: tomar; michelín: llanta; gafas: lentes; coche: carro; fiesta: pachangón; teléfono móvil: celular (el que utilizamos era Movistar y también hubo muchos cabreos, más que nada porque era español la multinacional y ofrecía un servicio abusivo: llamar a España era muchas veces más barato que llamar en Nicaragua, nunca llegé a entender eso). Gestos como rozar un índice con el otro, que significa pagar. Etc., etc. Podría escribir decenas de artículos, pero creo que ya he relatado lo suficiente como para que nos hagáis una idea aproximada de lo que es vivir en Nicaragua.

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