sábado, 23 de agosto de 2008

Un viaje de 25.000 kilómetros (II)

Me puse cinco vacunas, contra el cólera, la hepatitis A, las fiebres tifoideas, el paludismo-malaria y la difteria-tétanos. Realmente no eran necesarias tantas, pero las recomendaban. Esto es una forma de “inmunizarte” frente a la enfermedad del cuerpo, pero qué nos podría aislar de los sentimientos, prevenir la indignación, rabia y abatimiento que sentimos algunas veces. Para eso no hay cura posible. También llevé unos 12 o 14 medicamentos, ante la advertencia que allí era difícil conseguirlos. El consejo fue acertado, para la población media es difícil adquirirnos pero no porque no haya farmacias o no los encuentre, sino porque son caros dado su nivel adquisitivo. También, como así hice, los llevé para dejarlos allí. Como venía un médico con nosotros, se los di todos para que los diese a los dispensarios de las comunidades que visitábamos, que realemente tenían muchas carencias, o mejor dicho, no tenían nada. Iban analgésicos, antibióticos, antidiarréicos, repelentes de mosquitos, para irritaciones de garganta, úlceras del estómago, picaduras, náuseas y vómitos, crema solar y hasta para afonías e irritaciones de garganta y más que no recuerdo. Realmente sobraban todos, pues allí había farmacias y medicamentos. Una vez entré en una, se me cayó el alma por el suelo ver cómo vendían una pastilla, una minúscula e insignificante pastilla, cómo cortaban el plástico que las envuelve y haciendo filigranas con la tijera lograba aislar sólo una. Estuve a punto de comprarle todo un envase al chico, que serían para sus padres o abuelos, pero no podía caer en la conmiseración.

Hubo una persona que a pesar de estar dentro de los elegidos no quiso ir, no se sentía preparado psicológicamente, tenía miedo al propio miedo. Y fue todo lo contrario, estanto allí lo que veíamos mal era España, los españoles, sus valores, ideales, esperanzas e ilusiones. En cambio, qué envidia nos daban quienes luchan y no desfallecen, quienes tienen tanto que hacer y quienes pueden cambiar con su esfuerzo la realidad de los demás. Cuando acabó la ponencia Orlando Pineda, casi todos nos evadíamos la mirada para no mostrar nuestros ojos húmedos, y no hizo más que decirnos la verdad, sin anestesia, sin cuarentena que valga, sólo nos describió cómo somos, qué pensamos y cómo actuamos, y qué valores tenemos actualmente. Cuántos de nosotros no sopesamos, aunque fuese sólo un segundo, el ofrecimiento de ir con él para seguir alfabetizando en la costa del mar Caribe, donde se vive en peores condiciones del país. Para eso no hay medicamento que valga, sólo nuestra conciencia era la que nos permitía humillar la cabeza o abstraernos ante la realidad, que no nos gusta.

También me sentí mal cuando vi por internet que me habían ingresado la nómina del mes más el finiquito del trabajo, pues acababa contrato. Resultaban cinco años y medio de salario medio en Nicaragua, pues la mayoría de la población tiene unos ingresos de 2 dólares diarios (60 dólares o 40 euros mensuales, al cambio actual). Y pensaba: ¡qué le vamos a hacer! Yo no debía, no podía, sentirme responsable. Si ganaba tanto es porque vivo en un país que le ha costado mucho salir de la miseria, sobre todo a Extremadura, y tengo una cualificación que me exigían, además de haber quedado entre los primeros en las pruebas de acceso. Pensar que nadie me regalaba nada era un alivio. Aunque esa circunstancia no quise comentársela a nadie. Qué habrían sentido si les digo a un Nica que ganaba en un mes ordinario lo que ganan ellos en cerca de tres años. Habría sido muy arrogante por mi parte, habría provocado su rechazo, como pensando: ahora viene este neocolonizador a restregarnos por la cara toda la plata que tiene. Y qué sentirían si también les hubiese dicho que mi casa a ellos les costaría 175 años de trabajo, sin posibilidad de gastar ni un centavo de dólar de su sueldo. Mejor no seguir calculando nada, que de verdad me está poniendo malo.

Algo para endulzar el sabor de boca: me quedo con el compañerismo de la brigada, 20 camaradas que fuimos a Nicaragua, pero en especial en los 15 participantes, 2 periodistas y 1 invitada por la Junta de Extremadura, los 18 que siempre estábamos juntos, los 18 jóvenes. Los 18 llegamos al final del cañón de Somoto, los 18 subimos al volcán Maderas, los 18 llegamos a tener un sexto sentido que intuía el pensamiento del otro y la compenetración fue tan profunda que ha veces nos volvíamos parientes, padres y madres, de los demás. Que alguien tuviera fiebre, era inmediatamente objeto de interés de los demás. Un momento mágico fue cuando en la Reserva Natural de Miraflor, se decidió que dos compañeras durmieran en una casita que estaba en lo alto de un árbol inmenso. La ilusión que tenían, con lágrimas, por haber cumplido el anhelo de quienen todos los niños no se podría describir con palabras. Si la fantasía está en nuestro interior, no merece la pena aplacarla como se hace actualmente, pues los niños quieren ser lo antes posible adultos y los adultos se comportan como niños. Ser feliz en ese momento, porque veías a alguien realmente feliz, era una alegría inmensa, superior a la que se siente uno mismo cuando le sucede algo bueno para él. Ese era el espíritu del cooperante, delegar en los demás nuestra propia felicidad, porque a través del prójimo te puedes realizar como persona más que si uno mismo desarrolla, supuestamente, su ideario de vida.

Nunca me duché con agua caliente los 33 días que estuve en Nicaragua, sólo en el hotel de Costa Rica, donde estuvimos de paso por no haber vuelo directo a Managua. Y realmente no estaba fría el agua. Allí tienen un clima tropical, siempre hay la misma temperatura, entre 24 a 28 grados centígrados. Allí no hay estaciones. Llaman invierno a los 6 meses que llueve (de mayo a noviembre) y verano a los otros meses secos. Y la difencia es que unos meses refresca más que otros por la humedad de la lluvia, pero la temperatura es parecida. También los días duran siempre igual, 12 horas. Sale el sol aproximadamente a las 6 horas y se pone a las 6 de la tarde. La gente se levanta a las 5, come a las 12 y cena a las 6 de la tarde. El conductor del autobús, Orlando, cuando trabajaba no para nosotros se levantaba a las 4 y a las 8 de la tarde estaba acostado.

Nos despertábamos con la claridad del sol. Al principio era un poco molesto, porque a partir de las 5 de la manaña había ya luz en la habitación, siendo la ventana láminas de cristal como si fueran una persina, que se movían circularmente para cerrarse o abrirse, pegando los bordes de las láminas o quedándolas separadas. Al final comprobamos que es la mejor manera de despertarse, pues lo haces poco a poco. Aquí lo lleva a cabo el desaprensivo despertador, que de impoviso y con nocturnidad y muchísima alevosía nos eleva del dulce sueño. Con la primera claridad del sol nunca dejabas los dulces sueños interrumpidos, sino te daba tiempo de consumirlos para dejarte el regusto al despertarte.

Era curioso ver a “Coyotes”, quienes cambiaban divisas. Estaban en las esquinas de las calles, o recorriendo las callejuelas de los mercados, con un fajo de billetes exagerado, esperando al que quisiera cambiar dólares estadounidenses a Córdobas, la moneda de Nicaragua. Y, es curioso, eran más justos que los bancos. Aquí, en España, me cobraron una comisión para cambiar euros a dólares del 10 %, y allí, para cambiar de dólares a córdobas, sólo se quedaban con un 0’5 %. Es increíble que esto sucediera, no me extraña que tengan tantos beneficios las entidades bancarias.

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