Este fin de semana me he sentido raro. Estoy deseando ir a Nicaragua y que no haya hecho nada me molesta. Me hubiera gustado conocer más a mis compañeros de travesía (aventura) nicaraguense, saber qué vamos a hacer allí, cuál es el programa de actividades, conocer el volcán que vamos a ascender, los pueblos que vamos a visitar, etc., y este fin de semana ha sido como cualquier otro. Los demás me preguntan cuándo me voy. Y entre el tiempo que queda para iniciar el viaje y la tranquilidad con que yo me lo tomo, pacere que no voy a ir, que es una utopía o anhelo de una noche que soñé recorrer un país tropical, paradisíaco, conociendo sus dulces y hospitalarios habitantes, donde la pobreza no es más que un ratio estadístico y todos sonríen cuanto te ven llegar y te despiden con alegría cuando te vas. Entonces, agitando los brazos, tengo una certeza absoluta de que soy más pobre que ellos, y ellos son felices, más de lo que yo seré jamás.
Al menos he comprado la mosquitera y he saludado a Marina en Badajoz, una prueba irrefutable que no es un sueño, que es real, que me voy en menos de un mes. Qué ganas tengo.
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