lunes, 1 de febrero de 2010

Haití

Desde hace tiempo he querido hablar de la cooperación al desarrollo. Y la catástrofe producida en Haití me ayudará a explicar mis ideas. Un país es pobre o empobrecido no porque allí vivan unos salvajes, o sean tan cerriles que no son capaces de madurar y comportarse de una manera civilizada, trabajando para su desarrollo, sino que son consecuencia de un recorrido histórico que voy a enumerar. El libro Colapso, de Jared Diamond, es muy clarificador, al igual que el artículo publicado en El País de Luis Prados. También he utilizado otros artículos para confeccionar éste. El territorio de Haití lo vio Colón en su primer viaje. En la isla había medio millón de nativos, los taínos. Por desgracia para éstos, tenían oro. Su explotación salvaje provocó que disminuyera su población a sólo 11.000 en 1519, en poco más de dos décadas. ¿No es un genocidio que disminuyera su población casi un 98%? España tuvo, entonces, que traer mano de obra esclava, hasta que encontraron en el continente otros enclaves de mayor interés. La negligencia española llevó a la ocupación francesa del tercio occidental de la isla para finales del siglo XVII. El cultivo intensivo de la caña de azúcar, acompañado de una salvaje deforestación y de pérdida de fertilidad del suelo, convirtió a Haití en la colonia más productiva de Francia en 1785. Para entonces, su población esclava ascendía a 700.000 personas, el 85% del total, frente a los 30.000 de la parte de la isla que seguía siendo española. La rebelión de los esclavos haitianos y la Constitución de la primera república negra en enero de 1804 horrorizó al Occidente blanco. Las nuevas autoridades haitianas legislaron para que nunca se repitiera la tragedia de la esclavitud: no habría más plantaciones, sino pequeñas parcelas de tierra para la subsistencia de cada familia, y se prohibió el establecimiento y las inversiones de los extranjeros. Al autoaislamiento se unió la exclusión. Haití era la encarnación de la peor pesadilla del colonialismo blanco. Como dice Ian Thomson, autor de Bonjour Blanc, a Journey Through Haiti, "se pensaba que los haitianos eran incapaces de gobernarse a sí mismos porque eran negros. Luego había que probar que eran ingobernables". EE UU, por ejemplo, sólo reconoció la independencia de Haití en 1862, en plena guerra civil. Pese a todo, la pequeña república era aún mucho más rica que su vecina, a la que invadió en varias ocasiones en el siglo XIX. Sin embargo, la República Dominicana contaba con algunas ventajas: no estaba superpoblada, sus habitantes hablaban español y no creole y eran de origen europeo, recibían bien a los hombres de negocios extranjeros y desarrollaron una economía de exportación. Los países sufrieron inestabilidad política y administraciones atroces -en Haití, de 22 presidentes entre 1843 y 1915, 21 fueron asesinados o expulsados del poder; en la República Dominicana, entre 1844 y 1930 hubo 50 cambios de presidente- y la ocupación durante varias décadas por EE UU. Y después, el despotismo del clan Duvalier y el clan Trujillo. Dos dictaduras cleptómanas cuyas secuelas aún se pueden sentir. No hay maldición geográfica. La suerte de Haití se decidió mucho antes del terremoto del 12 de enero.


Ahora vemos cómo EEUU está dando ejemplo de solidaridad... o eso se cree. Obama, premio Nobel de la Paz, no lo olvidemos, manda más soldados a Afganistán, y ahora a Haití. Las imágenes de soldados estadounidenses llegando en helicópteros delante del palacio presidencial de Puerto Príncipe, la capital de Haití, es muy significativa. Al estilo de un golpe de estado, rodean lo que había sido la residencia del presidente y ahora no es más que escombros. Históricamente el intervencionismo estadounidense ha contribuido a la destrucción de la economía nacional de Haití y al empobrecimiento de su población. Los soldados controlan la totalidad de las instalaciones estratégicas como el aeropuerto internacional, comisarías de policía, de telecomunicaciones e incluso cuarteles militares.



Esos 50 marines descendiendo de 4 helicópteros, como si intentaran tomar el palacio presidencial, es sólo un acto simbólico, por cuanto de vacío y destruido estaba y sin que hubiese nadie que intente rechazar ese remedo de asonada. Le hará mucha ilusión a los antiguos militares tomar los palacios presidenciales, como han hecho tantas y tantas veces (Chile, por ejemplo). Este militarismo ya ayudado, en parte, a controlar algo la situación, pero también ha creado dudas de su finalidad, incluso del tiempo que estarán en Haití. De Afganistán se van a ir como de Vietnam, por la puerta de atrás. Las imágenes del reparto de comida en medio de una avalancha humana es un espectáculo lamentable, ver a personas estrujadas por el caos, a la gresca por los paquetes que tiraban, me pareció que si no serían para los marines, tan arrogantes ellos, algo así como dar a comer a alimañas. Y ahora quisiera hablar de los periodistas. Llegaron a Haití en bandadas, con maletas de ruedas, de todos los medios, tanto serios como frívolos, escritos como virtuales, audiovisuales como radiofónicos. La AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo) llevó en un avión de emergencias a veinte periodistas. Alguno de ellos se pensaba que iba de vacaciones y al verse rodeado de miseria, desesperación y cadáveres, se puso a llorar. Al menos éste tuvo dignidad, al ver las terribles injusticias y el gran privilegio que es tener la piel clara y que el Ministerio te busque casa para que trabajes con plena seguridad y no le afecte el descontrol que creaba mucha más inseguridad que las sucesivas réplicas del terremoto. Los que no tuvieron ese privilegio y trabajaban tan seguros, con comida y agua, en el aeropuerto, fueron expulsados porque entorpecían la labor del traslado de la ayuda humanitaria. Los estadounidenses, brutos y parcos en palabras, obligaban a aterrizar aviones con ayuda humanitaria en la República Dominicana sin dar explicaciones, quedando desabastecidos a hospitales de campaña de organizaciones como Médicos sin Fronteras. Pero hay que pensar que todos los aviones no podían aterrizar al mismo tiempo. En la capital no había desabastecimiento y la comida se podía comprar perfectamente en las calles, eso sí a precios disparatados aunque perfectamente asumibles para los ciudadanos ricos, todos, del Norte. Los demás tenían que robar la comida, incluso a los equipos de rescate. Pero tenemos suerte los ciudadanos del Norte que tener a un Estado que siempre te saca las castañas del fuego. El buque Alakrana fue secuestrado cuando faenaba lejos de la zona protegida por la operación Atalanta, a pesar de que un mes antes pudo eludir otro intento de asalto. La segunda vez ya no se libró. De una manera inconsciente o temeraria se fueron acercando a Somalia (a 495 millas estaban en el primer intento y 413 en el segundo). Daba igual, el Estado se hace cargo de los 4 millones de dólares del rescate. Los piratas, conocedores de cómo crear presión, utilizaron todas sus armas, asesorados por expertos.

Volviendo a Haití, las catástrofes naturales, tan frecuentes en esta primera década de siglo –terremoto en Bam, Irán, en 2003, tsunami en el Índico en 2004, Cachemira en 2005, Pisco en 2007, Sichuán en 2008, el reciente de Sumatra y ahora Haití-, ocurridas en países pobres o en vías de desarrollo suelen llevar a la creencia que los desastres sólo ocurren en países pobres, como si el castigo de Dios se desata sobre los más débiles, habitantes de tierras inhóspitas, y un cúmulo de causas de la pobreza los circundan, cual mosca que no se es capaz de expulsar. Haití tiene algunas desventajas físicas respecto de su vecino, la República Dominicana (menos lluvias y suelo más pobre), pero fue el abuso de los colonizadores su principal lastre. Sin embargo, Haití es, como se muestra el libro Colapso. Cómo las sociedades eligen fracasar o sobrevivir, el perfecto ejemplo de cómo son las sociedades las que deciden el destino de un país. O los países ricos que los invaden y esquilman su riqueza.

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